Arte, corporalidad y nuevos medios. Diego Barboza

 


 

 

Por Susana Benko.

La aparición de los primeros “happenings” y “performances” en Venezuela se remonta a los inicios de los años sesenta del siglo XX. Varios son los antecedentes que lo fundamentan: las acciones de carácter público del grupo El Techo de la Ballena caracterizados por su espíritu de rebeldía y fuerte carga ideológica; los primeros espectáculos multimedia y performances de Rolando Peña en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela; y ya, a finales de esa década, las estructuras participativas y performances de Antonieta Sosa.

Justamente el concepto de “participación” toma aquí relevancia pues adquirió una connotación muy distinta e incluso discrepante de la forma como los artistas cinéticos lo pusieron en práctica en ese entonces. Un caso representativo es el de Diego Barboza, quien expuso en el Ateneo de Caracas en 1967 objetos que requerían de la manipulación del espectador.

Barboza viajó a Londres un año después a proseguir sus estudios. En esta ciudad realizó una serie de acciones con miras a transformar el comportamiento social. Las llamó “Expresiones” y la idea consistió en realizar una serie de actividades en la calle para que la gente se expresara a través de la participación colectiva. A partir de 1970 realizó varias muy renombradas: “30 muchachas con redes”, a quienes cubrió con tejidos de colores para que las jóvenes salieran por las calles de Londres; “Ponte una red y acompáñanos”, acción similar que consistió en hacer los recorridos con los rostros cubiertos de tela, redes y sombreros con flores de papel; “Expresiones en el mercado”, y otras más. En 1971 hizo una de las más recordadas: “El ciempiés”, en la que el artista confeccionó una gran tela de colores, con compartimientos internos en cuyos espacios se meterían todos los participantes.

De vuelta a Venezuela continuó con estas actividades por un tiempo más. En 1974 realizó la “Caja del cachicamo”, en la que la gente participó con bailes ya que, para Barboza, lo festivo era esencial. Además de otras “Expresiones”, hizo “performance” y en 1976 retomó un proyecto iniciado en Londres: el “arte correo”. Creó para ello su “Buzón de arte” donde lo importante, como confesara a su curadora Katherine Chacón, era “el acto íntimo de recibir algo” en el que el artista “deja de ser un emisor para convertirse en un receptor y la obra se despersonaliza”. En el fondo, estas acciones —y otras que quedaron en proyecto— responden a un profundo deseo de ampliar los límites del arte para que las personas formen parte de una “proposición artística”.

En los años ochenta, Barboza retomó el dibujo, el collage y gradualmente la pintura. Consolidó un estilo tremendamente expresionista acorde con su forma de ser. Pintar se convirtió en su medio de “expresión”. Y sin duda, estas obras forman parte de su legado, como también la concreción de un arte social y participativo vivido como una experiencia inolvidable.