No es más que un "hasta luego", Satie (posdata sine data)

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Ayer tuve que interrumpir de repente la carta que entre rimas y risas te escribía, Eric. Toma esto como una extensión reparadora de esta interrupción que, por motivos de retórica radial, no tuve más remedio que cometer a mi pesar. La carta, en verdad, me quedó muy larga y me enredé en mil cosas, y si trataba de desenredar la madeja nunca se iba a transmitir. Ahora que ya se trasmitió aprovecho esta posdata para decirte lo que no te terminé de decir. Sólo quería, querido Eric, que supieras que disfruté mucho escribiendo sobre ti y que quiero seguir haciéndolo, más temprano que tarde. Aunque no te prometo nada, porque ya está tentándome por ahí otro maestro de alegrías, tu amigo Franz Kafka, otro dios, como tú, Eric, para mí. Y además está Carlyle, que también anda ansioso, esperando por mí, para que lo haga oír, también a él, por aquí.

Es muy cierto, por otra parte, Eric, que el tal Baudelaire por el que te abandono momentáneamente, no te ofendas, no es hueso fácil de roer: es tan intricado el juego de nervaduras que lo arropan, que hace falta su buen tiempo para llegar a él, al tuétano de su proceder. Así que, te lo advierto para que no te enojes creyendo que intento pasarte gato por liebre, que mientras escribo el primer Baudelaire de la camada, lanzaré al espacio, por las ondas de Hertz, unos micros que tenía en la gaveta, escritos antes de dedicarme en cuerpo y alma a ensalzarte y a llamar la atención a la gente sobre ti, como artista que ríe, artífice del humor más sutil, menos pueril, y más regocijante que en la música puede encontrarse, incidental o de vodevil. Unos micros, Eric, que son, verás, mis primeras incursiones en la comprensión de lo cómico y están dedicados a algunos personajes muy queridos, como Timofey Pnin, una de las grandes invenciones del siempre espléndido Vladimir Nabokov, y otros a personajes que recién conozco, como el sastre que se inventó Carlyle para despotricar a gusto de la sociedad inglesa tras la máscara de un filósofo alemán. Hay algo más o menos decente por allí, creo. Y echaré mano de ello para cumplir con mi cuota mensual en mi oficio radial, mientras, como te digo, le hinco el diente al exigente Baudelaire. Hasta luego, pues, Eric. Ya volveremos a encontrarnos para volvernos a reír por aquí. Aunque yo siempre río cuando escucho los satíricos acordes de tus piezas, en que te burlas, por ejemplo, de Chopin. Yo te digo, Eric querido, sigue componiendo así. A veces, de repente, me imagino que escucho tus nuevas gymnopedies, Eric. Las oigo en sueños cuando duermo y soy feliz