Ida Gramcko: la locura que resta

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

¿Es posible escribir poesía desde la locura, en medio de la posesión o la afección mental, o, por el contrario, sólo es posible acceder a ella, llegado el caso, después de superada una determinada crisis psíquica; sólo después de que se sale, como en el caso de la poeta venezolana Ida Gramcko, de aquella psicosis que la llevó a escribir, en 1967, su inquietante Poemas de una psicótica? Ida escribe su libro como proceso de elaboración póstuma y distanciada de lo que recuerda de su propia crisis mental: no escribe loca, enloquecida; escribe de su locura, pero desde la lucidez.

Esto nos obliga a pensar, de nuevo, en la inquietante relación que nos ocupa en esta serie: la relación –recordemos- entre poesía y manía, entre poesía y locura. Nos obliga a pensar, pues, en las originarias relaciones del hacer y del quehacer poético con la posesión diabólica, con la captura del alma en las redes vertiginosas de la platónica musa voluptuosa, su proximidad con el delirio, su determinación patética, patológica.

En el sucinto prefacio que abre su libro, Gramcko dice que continuó “siendo poeta” durante el tiempo que duró “el sufrimiento” de su enfermedad. Pero esto no significa que, durante el sufrimiento de la psicosis, haya escrito poemas. “Sólo lo verdadero permanece”, dice Gramcko en ese mismo texto. Y lo verdadero, en ella, es, ciertamente, la poesía. Y sobrevive, es cierto, al descalabro de la mente. Pero mientras dura ese descalabro, la poesía está dormida, silenciada, como en estado de profunda hibernación. De modo que, durante el “sufrimiento” de su enfermedad, la poesía estaba presente en ella, pero no se manifestó (ni podía manifestarse) en forma de poema; no encarnó (ni podía encarnar) en obra sustentable, sustentada.

La poeta escribe después de la locura. Es evidente. Pero, no obstante, es muy probable que la locura haya dejado residuos en el agua de sus sueños; es posible que transformaciones imperceptibles hayan dejado huella en su máquina nerviosa, y el mismo lenguaje se haya visto, en ella, trastocado. Así lo dejan entrever las expresiones inusitadas, y a la vez más precisas, de las que se sirve luego la poeta, cuando da testimonio de lo que vivió, en “Diablos”, la primera parte del libro. En las tensas estrofas de su prosa reverberan imágenes salidas directamente de la memoria de la tormenta psicótica que acaba de atravesar. La locura escribe, entonces, siempre a destiempo su contratiempo. La locura escribe, si escribe, siempre después de la locura.