El genio malo de la poesía. El caso de Friedrich Hölderlin

 


 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

¿Puede el ejercicio de la poesía conducir a la locura? ¿Los excesos de la imaginación y la contemplación pueden provocar, en algunos casos al menos, cortocircuitos dramáticos y traumáticos, descalabros definitivos de la inteligencia?

Friedrich Holderlin, el poeta que alcanzó con su Empédocles y su Hiperión, y con sus himnos y elegías, las alturas más excelsas de la lengua alemana; el poeta que, embriagado y embargado por una precoz y prodigiosa erudición, intentó preservar el legado griego en un siglo que, como el siglo XVIII, declinaba entre el estrépito de la Revolución de 1789 y los primeros atisbos de la revuelta romántica; el poeta que, finalmente, en un determinado momento, por el efecto de fatídicos desencuentros con el mundo (la separación forzosa de Suzette Gontard, la mujer de su vida, la Diotima idealizada de sus poemas más dolorosos y más intensos; los fracasos de sus proyectos literarios; los infortunios de algunos de sus amigos más queridos), se hunde trágicamente en una locura que le dura treinta años, ¿se vuelve loco, además, por su empecinamiento poético, por su ambición exacerbada -sus sueños de grandeza, su utopía de una redención poética del desacralizado mundo moderno-? Es posible.

Como muchos poetas, Holderlin era un ser hipersensible, anímicamente inclinado a experimentar sensaciones extremas, intensas, quizás violentas. Y esta condición anímica, esta peculiaridad de su maquinaria mental y espiritual, pudo haberlo muy bien dispuesto y predispuesto para dejarse arrastrar por los torbellinos ladinos del delirio a donde fueron a parar su inteligencia exquisita y su cordura lírica sacrificadas.

Pero lo que sí es cierto es que sus mejores y más memorables poemas los escribió mientras pudo conservar cierto equilibrio entre el arrebato de la emoción sensible y el control racional de su lenguaje; mientras fue capaz de controlar el flujo expansivo de su imaginación con el freno rítmico de una lúcida conciencia de la forma.

A pesar de que existen testimonios de algunas poemas escritos durante su prolongada reclusión en la demencia, su caso nos reafirma en nuestra convicción de que no se hace poesía, no se construyen poemas, desde la locura, ni en medio de la locura, y si esto ocurriera, como en algunos casos haya tal vez podido ocurrir, de cualquier forma serían, entonces, poemas demenciales, poemas locos, poemas de loco, que no interesan, ¿o sí?, a la comprensión de esa extraña manifestación de la inteligencia y la sensibilidad humanas a la que llamamos poesía.