El caso Nadja. Una muchacha telepática (1)



 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

Las primeras páginas de Nadja funcionan como una suerte de preámbulo en el que Breton muestra las cartas de su juego: el libro pertenece a esa clase de libros que él mismo considera transparentes, libros de “puertas abiertas”, dice, donde el yo del autor se expone y se manifiesta sin máscaras y sin subterfugios, ajeno a toda ficción o intriga novelescas.

En principio, Breton se propone, de este modo, escribir un libro que trata sobre sí mismo, sobre sus experiencias con los hechos insólitos que lo han afectado en determinados momentos de su vida, y entre los cuales adquiere relevancia casi absoluta el relato del caso Nadja, por así decirlo, el caso de su encuentro con la famosa muchacha que aquí llamamos telepática.

Para preparar el camino del relato de ese caso, Breton ha querido ofrecernos varios ejemplos de lo que ha significado para él la experiencia de ciertos acontecimientos que parecen depender de fuerzas ajenas a su propia voluntad; ocurrencias que ponen en evidencia que es posible, sin proponérselo, entrar de repente en ese mundo impredecible donde tienen lugar extrañas coincidencias entre las cosas, como si secretos vasos comunicantes establecieran vínculos entre lo más cercano y lo más lejano en el tiempo, revelando semejanzas inusitadas, estableciendo analogías siempre sorprendentes entre seres y hechos aparentemente ajenos, distantes y distintos.

Esta es una de las claves principales, como se sabe, de la poética surrealista, y Nadja, el libro, no es más que la demostración documental de la existencia de esos mundos paralelos y de esas conexiones secretas que determinan los encuentros maravillosos y las realidades alucinantes que los surrealistas persiguen para demostrar que la vida es algo más que la mera realidad presente o aparente.

Los encuentros con lo maravilloso que evoca el poeta giran alrededor de acontecimientos que han tenido lugar, principalmente, en París, ciudad que se presenta como un territorio propicio para la ocurrencia de estos contactos con seres y con objetos entre los que se han establecido misteriosas relaciones de identidad, de resonancia, de paralelismo. Asistimos, de ese modo, al relato de una multitud de peripecias parisinas: la manera como conoce Breton a futuros cómplices surrealistas, entre ellos Paul Éluard o Benjamin Peret; el efecto alucinatorio que han provocado en él dos palabras leídas en el cartel de una tienda de carbón; las experiencias de Robert Desnos escribiendo bajo los efectos del sueño; la aparición de la actriz Blanche Duval, cuyo papel como Solange, en Las desequilibradas, no dejará de ser evocado a la hora de dar cuenta de la presencia y del carácter de la heroína del libro; y, en general, el abundante catálogo de encuentros con mujeres de las que Breton se ha enamorado o se ha dejado fascinar; figuras femeninas aureoladas de singularidades físicas o psíquicas que las hacen atractivas, seductoras, peligrosas.

Nadja vendría a completar y a enriquecer este muestrario. Ella es la pieza ideal del argumento de un relato que trata de legitimar las visiones y los ideales del surrealismo con una prueba de vida tan palpable como radical.