Atributos del misterio: el nudo y el velo de Isis
Por Humberto Ortiz.
Isis, la diosa ancestral egipcia, era madre, maga, reina, sanadora, amante y doliente. En la cuenca mediterránea, tras el helenismo lágida (la dinastía ptolemaica), fue reconocida como protectora de navegantes y desamparados. Su presencia enlazaba lo humano con lo divino. Con cada gesto, con cada uno de sus elementos, con cada prenda usada, entretejía los hilos de lo sagrado.
El Tyet era un amuleto ritual formado por un lazo y dos trenzas caídas, utilizado en las ceremonias funerarias desde el Imperio Nuevo egipcio (entre los siglos XVI y XI a. C.); tenía connotaciones de protección, fertilidad y regeneración de las almas; se le atribuía a la diosa. En él parecía contenerse la promesa de una vida eterna y una sabiduría que trascendía la muerte. Se cree que evocaba el nudo con el que la diosa sostenía el kalasiris, la túnica que la cubría. Se le llamaba también “nudo” o “sangre de Isis”, vinculándolo simbólicamente a la menstruación y a la maternidad.
En la tradición helénica, Isis se fusionó con las diosas olímpicas. El peplo, túnica griega larga que cubría el cuerpo, se convirtió en la nueva vestidura divina. Por confeccionarse con una tela más pesada, al ceñirse con un nudo generaba más pliegues que el traje egipcio.
Plutarco, en su tratado Sobre Isis y Osiris, menciona una estatua en el Templo de Saïs, atribuida simultáneamente a Atenea y a Isis, como expresión del sincretismo religioso de la época grecorromana. En ella había una inscripción que decía: “Yo soy todo lo que ha sido, es y será, y ningún mortal ha levantado mi peplo”. Esa frase sugiere que el manto de la diosa marcaba el límite entre la visión humana y la verdad divina.
Desde la doctrina hermética, el velo isíaco protegía al profano de una luz que aún no podía recibir. Levantarlo implicaba una transformación espiritual radical; quien lo hacía dejaba de ser quien era y se entregaba a lo esencial que la diosa anunciaba. Para la tradición esotérica occidental, el nudo y el velo se volvieron simbólicos; el primero protegía, el segundo ocultaba. Ambos, sobre el cuerpo de la diosa, la envolvían en emblemas de poder, sabiduría y misterio.
Isis se convirtió en la guardiana de los arcanos, la madre de los símbolos y la protectora de una sabiduría oculta. Su velo guardaba el secreto de la naturaleza que solo se revelaba a quien estuviera preparado.
Así, el nudo y el velo aludían al poder infinito de Isis, cuyo misterio seductor aún permanece intacto, dispuesto a mostrarse a quien, con un corazón puro, pudiera mirar más allá de lo aparente.
