Dioniso en Delfos

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Plutarco, sacerdote délfico del siglo I, escribe que durante el invierno el santuario es llevado por Dioniso, ya que Apolo se va a los hiperbóreos hasta el verano. La presencia del dios del poderoso bramido -nos aclara- no es menor que la del que hiere de lejos. Hoy se dice que los ritos dionisíacos heredaron una antiquísima tradición en Delfos, anterior a la instauración apolínea. El dios nacido del muslo de Zeus, pudo haber sido criado por las ninfas y los sátiros en las cuevas y las fuentes del monte Parnaso.

Si Apolo sana o corrompe lo existente, Dioniso alude a la voluptuosa embriaguez del devenir, que desborda cualquier límite; es el dios que devela la vitalidad de toda la naturaleza, la de los hombres, los animales y las plantas.

El influjo del oráculo délfico se debió al don de Apolo para contemplar y reconocer un orden preciso de la realidad. Él fue la divinidad que acompañó el andar expansivo de Grecia. El ejemplo está en Alejandro Magno, a quien la Pitia apolínea ofreció capacidad cognitiva durante sus conquistas para difundir los valores civilizados de esa cultura.

La presencia de Dioniso junto a Apolo algunos la explican por la intensión del pueblo griego de civilizar, también, la fertilidad vital que éste dios, junto al vino, representa. La lucidez griega reconoció la actividad de la naturaleza cambiante que puede acarrear, llevada al extremo, la propia destrucción.

El origen de este misterioso dios de la tierra está enraizado a una indestructible fuerza que ha de ser aplacada con homenajes que apacigüen su salvaje empuje. El posible caos de todo lo civilizado tiene su símbolo en los efectos extremos del vino, cuyo disfrute exige una laboriosidad a ser cultivada humanamente. Así Dioniso, como hijo del dios celeste con una mortal, es una divinidad que continuamente muere para renacer. Al ser el dios de la errante movilidad afectiva, su verdad ha de ser ritualizada con sumo cuidado, pues puede llevar a la locura.

El pathos dionisíaco se revela en rituales de embriaguez colectiva, donde lo femenino tiene una presencia contundente. Las sacerdotisas dionisíacas en Delfos eran conocidas como las Tíades. Ellas no participaban de los oráculos apolíneos, pero sus nocturnos ritos extáticos en honor a la resurrección del niño dios, descuartizado por los titanes, recorrían bajo las temperaturas invernales el rocoso monte Parnaso. Se cuenta que desde el siglo V a. C., se les unían las ménades de otras ciudades griegas.

La importancia del santuario de Delfos se sostuvo por la luminosidad apolínea, levantada por la fuerza delirante de la naturaleza dionisíaca, que desde las profundidades de la tierra emergía, incluso para iluminar a la Pitia en los meses en que se oían los oráculos. Delfos logró reunir la potencia que padece y goza la transmutación terrenal y el espíritu que la contempla maravillado para intentar prever la vida antes de su inexorable final.


La unidad de la razón natural