Figurativos vesus abstractos: polémica entre Miguel Otero Silva y Alejandro Otero

 


 

 

Por Álvaro Mata

En la década de los años 50, la figuración plástica, de marcada impronta paisajista y de temática realista social influenciada por el muralismo mexicano, era la tendencia en boga en el arte venezolano, por lo que la novísima no-figuración, embebida del abstraccionismo geométrico europeo, conseguía una fuerte barrera entre nosotros, a pesar de la brecha abierta por el grupo Los Disidentes, que comenzó a abonar el terreno para su aceptación.

Acaso sea la polémica entre Miguel Otero Silva y Alejandro Otero, ocurrida en 1957 desde las páginas de la prensa nacional, el suceso definitorio para el futuro del arte abstracto en Venezuela, pues significó el resquebrajamiento de las normas establecidas en nuestro, para entonces, tradicional y conservador medio artístico.

Ese año, los artistas no figurativos cuestionan el fallo del jurado del Salón Anual Oficial, que otorgó el Premio Nacional de Escultura al escultor canario residenciado en el país Eduardo Gregorio, señalando la disparidad de la comisión calificadora, pues “uno sólo de sus miembros podía ser favorable al arte abstracto, contra seis inclinados a la tendencia contraria”.

Miguel Otero Silva, entusiasta de la figuración plástica, acusaba a los representantes de la pintura abstracta de falsos pintores; y Alejandro Otero, partidario del abstraccionismo, señalaba a estos de retrógrados.

Prevalecen las actitudes recalcitrantes: los abstractos, que representan el arte “nuevo”, asumen posiciones absolutas, se pronuncian en favor del diseño y decretan la muerte de la pintura de caballete. Y los seguidores de esta última, argumentando en favor del “pueblo”, reclaman la importancia del mensaje y el compromiso social.

En opinión de Otero Silva, América Latina es un continente en pleno crecimiento, cuyo arte debe responder a ese espíritu de desarrollo. Los abstractos, en cambio, son para él artistas evasivos, repetidores de la moda europea. Pero la verdad es que, más que una moda pasajera, en Venezuela la abstracción inicia una reflexión seria sobre las posibilidades del arte. Y si el arte de los años 50 es un punto de arranque para la abstracción, en los 60 irrumpe con mayor fuerza y diversidad.

Luego de fuertes dimes y diretes, Alejandro Otero obtiene al año siguiente, en 1958, el Premio Nacional de Pintura en el XIX Salón Oficial Anual de Arte Venezolano con su Coloritmo N° 35. Y el premio de escultura fue para Aroa, obra abstracta de Víctor Valera. De esta forma, la encarnizada polémica no cayó en saco roto, y movió los criterios que orientaban el futuro del arte en Venezuela.