Las Meditaciones estéticas de Guillaume Apollinaire

 

 

Por Susana Benko.

En su libro Los pintores cubistas. Meditaciones estéticas, publicado en 1913, Guillaume Apollinaire estableció una clasificación, hoy día discutible e imprecisa, de los diversos tipos de cubismo. Entre las distinciones que realizó, mencionó uno con el término "cubismo órfico" y por ello es considerado como el primer autor en nombrar a esta tendencia de esta manera. De acuerdo a sus palabras, este cubismo se sustenta en una “estética pura” creada por el artista y no en la “realidad visual”. Añade que es un arte luminoso y contiene, además, una “significación sublime”. Consideró a Pablo Picasso el mayor exponente de este cubismo, además de Robert Delaunay, Fernand Léger, Francis Picabia y Marcel Duchamp. Lo cierto es que fueron los esposos Sonia y Robert Delaunay quienes desarrollaron realmente esta tendencia pictórica, alejándose, por cierto, del cubismo.

Apollinaire no definió el término ‘órfico’ en este texto. Algunos críticos señalan que él podría haber asociado la luminosidad y dinamismo de esta pintura con la significación mitológica de la figura de Orfeo. Este último, era músico y poeta, y tenía la virtud de calmar las tempestades y el caos.

En el caso específico de los Delaunay, ellos promovieron el movimiento simultaneísta, concepto que tomaron de las investigaciones del químico Eugėne Chevreuil quien formuló, en 1839, una teoría sobre los contrastes simultáneos del color. Ambos, Sonia y Robert, fueron destacados coloristas y este elemento expresivo es el que define uno de los principios fundamentales de su orfismo: la disposición contrastante y alternada de facetas de color a través de las cuales conforman figuras, figurativas o abstractas, induciendo al espectador a una percepción simultánea y dinámica de la composición.

Esta disposición simultánea de formas y color se aleja de las características propias del cubismo, tanto del analítico como del sintético. En el primer caso, por el predominio de una composición fragmentada de las figuras prácticamente sin color; en el segundo, por su interés prioritario en la síntesis de las formas. La pintura de los Delaunay, por el contrario, presenta o bien una composición armónica y simultánea de colores o se produce un movimiento casi vertiginoso de las formas y de los planos de color. Fue de esta manera que, en poco tiempo, llegaron a la abstracción.

Robert Delaunay asociaba esta condición al espíritu moderno que les tocaba vivir. En 1929 escribió lo siguiente: “Sin embargo, miren la calle, los escaparates, el movimiento, incluso la señalización, el aspecto urbanístico, la moda, los tejidos, que provienen directamente de este arte llamado maldito y que utiliza la gran industria. Sólo les hablo de los hechos visibles en cada esquina, porque la gran multitud exige inconscientemente el modernismo. Quiere vivir su vida con una expresión adecuada a este nuevo arte del color y del movimiento”.

El arte, entonces, se funde con la vida y adquiere un dinamismo similar. Robert y su esposa Sonia asimilaron los cambios de la época que les tocó vivir. En consecuencia, se propusieron seguir el ritmo de esta atmósfera plena de modernidad.