El caso Nadja. Una muchacha telepática (4)



 

 

Por Rafael Castillo Zapata.

En las últimas sesiones de nuestra serie hemos focalizado nuestra atención sobre la interrelación de dos figuras femeninas, Léone Ghislaine (Nadja) y Asja Lacis, cuya presencia telepática provocó intensas reacciones afectivas e intelectuales en André Breton y en Walter Benjamin, respectivamente; reacciones cuyo efecto poético y filosófico encarnó espléndidamente en dos textos fundamentales de la tradición surrealista, Nadja y Calle de dirección única.

En Asja Lacis, lo telepático tiene que ver con el amor a distancia. Ella es la esfinge que le da nombre a Calle de dirección única, el libro que publica Walter Benjamin en 1928, cuando el idilio moscovita entre ellos fracasa de manera definitiva. La dedicatoria de esta suerte de libro-epitafio dice mucho acerca de la temperatura de la pasión que experimentó el filósofo por ella: “Esta calle se llama Asja Lacis, nombre de aquella que, como ingeniero, la abrió en el autor”. Como ya hemos señalado, ambos se habían conocido en 1924, en Capri, y desde entonces el filósofo la sigue y la persigue para reencontrarla en Berlín, en Frankfurt, quizás también en Riga, entre 1924 y 1926, el año en que viaja a Moscú en un intento desesperado por alcanzarla y llegar, tal vez, a un problemático pacto de convivencia, teniendo en cuenta, por otra parte, que Asja Lacis estaba casada, aunque en una relación muy libre, con el director teatral alemán Bernhard Reich, a quien Walter conocía. Según Georg Scholem, el gran amigo y confidente de Benjamin, la relación entre Benjamin y Asja se mantuvo, intermitentemente, hasta 1930. Durante todo ese tiempo, el intercambio erótico entre Benjamin y Asja funcionarán, hasta donde sabemos, bajo el paradigma idílico del amor cortés, es decir, bajo el modelo del sometimiento a la soberanía implacable de la belle dame sans merci.

Lo telepático en Nadja es de otra naturaleza y tiene que ver con sus dotes de vidente, de alucinada; tiene que ver con su misteriosa vida y su impredecible psicología de muchacha descastada, precozmente lanzada a la vida, hipersensible, ingenua, neurótica, lúcida como los locos o los poseídos. La fascinación que ejerce sobre Breton es la fascinación de su belleza, una belleza malograda o alterada, mejor, por la melancolía y el absurdo, por la irracionalidad o el fatalismo de un destino trágico, de una felicidad siempre frustrada por la inconstancia de una vida que bascula entre la santidad y la probable depravación.

Lo telepático en Nadja se corresponde, pues, con sus dotes visionarias y con toda el aura esotérica que la circunda, su vida llena de extravagancias y de experiencias insólitas, siempre al borde de la histeria y del misticismo. Nadja es, pues, una médium, una vía de conexión entre la realidad y todo aquello que la sobrepasa: el amor, los sueños, la locura, lo maravilloso. En sus gestos, en sus reflexiones, en sus perplejidades Breton encuentra el camino para aclararse a sí mismo ciertas ideas fundamentales para la teoría surrealista: Nadja las encarna, hace que fluyan las diversas corrientes imaginarias que constituyen la base conceptual del movimiento y encuentra, sin saber cómo y sin proponérselo, conexiones, revelaciones, epifanías.

Algo muy parecido podría sostenerse en relación con el poder que ejerció en el pensamiento político de Benjamin la presencia misteriosa y enigmática de la esquiva Asja Lacis, la revolucionaria letona que lo magnetizó con sus ideas y su caprichosa actitud de militante femme fatal.