Hijo de Apolo y oficiante de Dioniso

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

La leyenda de Orfeo está repleta de matices que hablan de un hombre que fue portador de una sabiduría particular para relacionarse con las fuerzas y los misterios de la naturaleza. No fue solo un poeta o un músico, su ímpetu trascendió profusamente los asuntos teológicos. Los cantos atribuidos a Orfeo, las historias que de él se narraban, intentaron bordar una manera nueva de concebir el paso humano por la existencia.

Es prácticamente imposible perfilar una historia unívoca de este personaje. Desde muy pronto se asumió que Tracia era la patria de Orfeo; así lo imaginó cualquier griego o cualquier romano desde el siglo V a. C. en adelante.

En el siglo I a. C., se contaba que cuando Dioniso estaba a punto de trasladar sus fuerzas de Asia a Europa, entabló amistad con Licurgo, el entonces rey de Tracia. Un natural de la zona, Cárope, advirtió a Dioniso que aquel rey tramaba una traición; el dios le cegó y, tras infligirle toda clase de tormentos, lo crucificó. Luego, Dioniso cedió el reino de los tracios a Cárope y le enseñó las ceremonias de sus ritos. Cárope se las enseñó a su hijo Eagro, quien heredó el reino y transmitió los ritos mistéricos a Orfeo, el hijo que tuvo con Calíope, la musa de la bella voz. El apego órfico a los rituales báquicos sería, entonces, una herencia familiar.

Parece que el natural talento que tenía el poeta le ofreció la capacidad para someter las ceremonias tradicionales a cambios específicos. Desde su sapiencia, toda ceremonia, en cuanto creación humana, no era inmutable. El poeta siguió la herencia familiar, pero su curiosidad formal lo llevó a indagar en las distintas ceremonias mistéricas; muchos mencionan que realizó un viaje a Egipto para conocer y manejar algunos rasgos del culto a Osiris.

El don apolíneo de Orfeo le permitió reconocer el valor encantador de la palabra que, al nombrar su entorno, proyecta el propio sentir. Al mismo tiempo, el poeta se propuso ahondar en las oscuras movilidades anímicas extasiadas por la fuerza telúrica y delirante de Dioniso. El camino órfico pretendió descifrar el enigma donde ambos dioses esconden la verdad de la existencia. En las ceremonias de Orfeo, sus seguidores se ilusionaban con una purificación mística que los acercara a la eternidad divina.

Se cuenta que el espíritu luminoso y sereno del poeta estuvo en conflicto con el belicoso culto de Dioniso. La propuesta órfica fue reemplazar la orgía trágica dionisíaca por una técnica de purificación espiritual, una catarsis, enseñada por Apolo. Así, Orfeo se hizo guía de un movimiento iniciático y popular que ofrecía la salvación del alma.


La unidad de la razón natural