Orfeo y su magia

 


 

 

Por Humberto Ortiz.

Las facultades de Orfeo ofrecieron, dentro del sincretismo cultural del Mediterráneo imperial antiguo, la imagen de un héroe que, distinguido de los valores guerreros tradicionales, era capaz de asumir los retos más complejos en interacción con las fuerzas divinas y los oscuros misterios mundanos. Lo que se contaba sobre su rol en las aventuras argonáuticas y sobre su viaje al inframundo, hicieron de él un mediador entre los humanos y los dioses. Su íntimo conocimiento de los secretos de la naturaleza y los rituales místicos, ayudaba a otros a llevar una vida más iluminada y saludable.

A Orfeo lo lloraron las Musas, Apolo y hasta las piedras que habían sido encantadas con su música. Desde la época augusta se cuenta que en la ciudad donde ocurrió el asesinato, al este del monte Olimpo, sobrevino una terrible peste que provocó su desaparición. Allí se construyó una estatua que sudó profusamente a la visita de Alejandro Magno, vaticinando sus esfuerzos para someter a los bárbaros con la lanza, así como el poeta había amansado a las fieras con su canto.

Lo más difundido de la leyenda de la muerte del vate mítico, fue que, tras el descuartizamiento, las propias Musas enterraron el cuerpo y lanzaron la cabeza al río Hebro que, sobre la lira, continuó cantando hasta llegar a Lesbos, la isla de los poetas. Ahí fue atacada por una serpiente que, con la boca abierta, Febo convirtió inmediatamente en piedra. La cabeza fue consagrada a Dioniso. Algún historiador dice que en realidad llegó a Esmirna, donde nacería Homero.

Filóstrato, en el siglo III, menciona que la cabeza del citarista se asentó en una concavidad de la tierra, desde donde emitía sus oráculos; esta imagen la testimonia la iconografía desde el siglo V a. C. Allí habría profetizado hasta que Apolo, viendo que el oráculo délfico habían sido abandonado, le colocó un pie encima y exclamó: “¡Deja de entrometerte en mis asuntos! ¡Ya he tenido bastante paciencia contigo y con tus cantos!” En adelante la cabeza guardó silencio.

Los escritores de distintas épocas cuentan que la lira órfica fue guardada en el templo apolíneo y luego colocada por Zeus en el cielo, como una brillante constelación. La cabeza fue sepultada en un bosque donde cantaron desde entonces los ruiseñores.


La unidad de la razón natural