La Tauromaquia de Francisco de Goya

 


 

 

Por Álvaro Mata

La obra grabada de Francisco de Goya culmina su reflexión sobre el instinto humano en la serie La Tauromaquia. Más que un conjunto de láminas dedicadas a una afición, estas estampas son la tauromaquia personal de Goya, el compendio gráfico de la lucha por la existencia condensada en el ruedo.

Goya grabó, al menos, 44 escenas taurinas, de ellas 33 fueron incluidas en la primera edición 1816, mientras que las 11 “inéditas” aparecerían en ediciones posteriores. En sus manos, el tema taurino, que la tradición española dotará de una grandeza casi religiosa, se despoja de lo anecdótico y alcanza una dimensión trascendental. No estamos ante la crónica lúdica de la fiesta, sino ante el drama, ante la meditación en torno a dos fuerzas primarias: el instinto contra la inteligencia, cuyo enfrentamiento es la esencia misma del toreo.

Las estampas de La Tauromaquia no buscan conmover con el heroísmo; buscan hacer reflexionar. El espectador no se encuentra frente a un espectáculo, sino ante una secuencia de sucesos que van desde la vaga evocación de los cazadores a pie y a caballo, hasta el rigor histórico de los toreros fundacionales como Pedro Romero y Pepe-Hillo, culminando en desenlaces desbordantes de pathos.

En la composición, Goya alcanza una magistral síntesis. La plaza está apenas sugerida, reducida a un fragmento de barrera o a la amalgama de líneas que insinúan al público. El foco se anula, la distancia desaparece. Todo se concentra en la lucha y en la valoración dramática de la luz y el vacío. Consigue una notoria fuerza sin espesor de materia, con simple restregado y maestría en el empleo del buril, destacando el compacto grupo de fiera, caballo y torero sobre la claridad cegadora de la arena.

El artista, que había explorado a fondo la miseria humana en Los desastres de la guerra, utiliza la tauromaquia como un desahogo, una catarsis ante el caos de su época. Por eso, al final de la serie, Goya se aleja de la intención ilustrativa para derivar hacia la interpretación trágica de la fiesta. La estampa de la desgraciada muerte de Pepe-Hillo no es solo una efeméride; es el clímax donde la sobriedad y la luz intensa sirven de escenario a la muerte del héroe popular.

Goya no solo introdujo los toros por la puerta grande del arte universal; los transformó en espejo de la condición humana. Sus grabados son el testimonio de que la belleza puede llevarnos a zonas sombrías apenas atisbadas en sueños, donde la vida y la muerte se trenzan en un lance eterno y brutal.

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