Una mujer llamada Carmen Millán
En Venezuela no escasean los artistas populares de sólidas obra y trayectoria, que merecen mucha más atención de la que se les ha dispensado, en vista de las potencias del inconsciente que sus trabajos revelan. Ese es el caso de Carmen Millán, una artista tan talentosa como poco estudiada.
Nacida en Guanape, estado Anzoátegui, en 1910, la infancia de Carmen Millán, de nacimiento Aranguren, transcurrió entre los rigores de la escasez y la aridez del oriente venezolano. Las entrañables muñecas de trapo y los circos de pueblo fueron sus divertimentos. Cuenta la leyenda que se escapó con uno de estos circos y aprendió un número de maromas donde ella colgaba, en lo alto, del cabello.
Domiciliada en Marapa, La Guaira, en 1944 conoce a Víctor Millán y con él se casa cuatro años después. En ese entonces, él apenas se iniciaba en la pintura y ella no sabía nada del asunto. Sin embargo, los frecuentes encuentros con los también pintores Feliciano Carvallo y Esteban Mendoza tuvieron que estimular en su alma la propia necesidad expresiva. Es así como comienza pintar con 54 años de edad, primero a hurtadillas del esposo, y luego con su complicidad y apoyo. Jardines, payasos, comparsas, disfraces, máscaras son los leit motiv de Carmen Millán, plasmados con densos empastes de pintura industrial, tendiendo a un expresionismo desenfadado. En su trabajo no hay perspectiva; es una pintura plana en la que el fondo se funde con las figuras, y la anécdota —si es que existe— queda relegada frente al intuitivo cromatismo lujurioso, tropical, litoralense. Se hace patente cierta atmosfera de saturación, de abigarramiento, de horror vacui, protagonizada por blancos rostros de negros cabellos que semejan máscaras, a través de los que se cuela algo de la fascinación por los circos de la infancia y las muñecas de trapo, las suyas algo fantasmagóricas, emparentadas con las que se hicieron en el cercano Castillete de Macuto.
La obra de Millán es recibida con beneplácito en los salones de pintura popular realizados en La Guaira y Maiquetía por los propios pintores de la zona, y también en Caracas, cuando presenta su primera individual en la Librería Cruz del Sur, de la mano de Francisco Da Antonio. Pinta febrilmente, como si intuyera que el destino tenía preparada para ella una muerte temprana y trágica en un accidente doméstico en su casa de Marapa. Fue en el año 1975, cuando Carmen Millán apenas cumplía una década en su oficio de pintora, tiempo suficiente para impregnarnos de su misterio, de su densidad oscura, emparentada con la belleza.
Imprimir texto