Emerio Darío Lunar, el pintor de la frialdad glacial de Cabimas

 


 

 

Por Álvaro Mata

En Cabimas, una costa minada de torres petroleras, nació en 1940 Emerio Darío Lunar, uno de los grandes inclasificables del arte venezolano.

Sin haber recibido instrucción previa, y guiándose por fotografías de revistas, pinta sus primeras telas, de una calidad sorprendente y con un discurso poco convencional. En lo sucesivo, Emerio Darío Lunar se zambullirá —y abismará— en fantásticas construcciones arquitectónicas plasmadas en perspectivas interminables. Las sensaciones de vacío, soledad, aislamiento y opresión son patentes, y la atmósfera enrarecida y misteriosa lleva al espectador a un espacio psíquico que le es familiar, porque lo ha entrevisto en sueños.

Lunar pintaba sus cuadros sobre telas sin preparar, fijadas con tachuelas a una superficie improvisada. No usaba bocetos detallados, sino que con un lápiz trazaba a grandes rasgos la composición, a la que luego daba vida con pinturas industriales diluidas en kerosén. De esta manera, creaba naturalezas muertas, paisajes insólitos y retratos de personajes reales y seres fantasmales, siempre con la frialdad glacial característica de sus atmósferas, en contraposición directa al ardiente clima de Cabimas, de donde casi nunca salió.

El trabajo de Lunar se dio a conocer más allá de su terruño y fue impulsado por promotores como Sofía Imber y Oscar González Bogen. De tal manera, la gente iba a su casa a comprar sus obras. Trabajaba a un ritmo frenético de lunes a viernes y descansaba los fines de semana. Nunca faltaba en su taller una cava repleta de heladas cervezas.

Dirá el crítico de arte Perán Erminy de la obra de Emerio Darío Lunar: «En los muros que limitan sus espacios se revela el neurótico universo cerrado del artista. El hombre se encuentra solo y perdido entre galerías y muros interminables». Y encerrado en estas laberínticas estructuras pobladas de gélidas figuras, sobrevinieron severas crisis psicóticas y depresivas, cada vez con más frecuencia.

En 1990 fue diagnosticado de cáncer, y ese año murió en Cabimas. «Estoy satisfecho con mi vida. Todo lo he hecho ya... Que la gente me recuerde por mis cuadros. Como persona, me da igual que me recuerden o no», dijo Lunar en una entrevista poco antes de morir. Tenía cincuenta años de edad.

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